viernes, septiembre 01, 2006

El imperio de la clase creativa

No sé si será una opinión errónea, pero tanto en la Educación Primaria como en el Bachillerato he tenido siempre la sensación de que no se promovía la creatividad entre los alumnos. Uno siempre ha albergado la creencia de que nuestros antiguos profesores ni valoraban ni promovían las virtudes de aquellos alumnos más imaginativos, de ideas originales, pero que no se ceñían a lo establecido por un sistema educativo excesivamente rígido e incapaz de soltar riendas para que esos alumnos desarrollasen sus potencialidades.
Desde hace décadas, en Asturias estamos en una etapa de cambio, con crisis de los sectores tradicionales y crecimiento del sector servicios. Asturias ha perdido miles de empleos en los últimos 25 años en el campo, la minería y la siderurgia y, actualmente, crece gracias al sector servicios, que ya es mayoritario en nuestra estructura productiva, y a la construcción. Estamos, por lo tanto, inmersos en lo que a principios de los años 70 se dio en llamar sociedad posindustrial y, más recientemente, sociedad del conocimiento, sociedad red o sociedad de la información. Sin embargo, el desarrollo de nuestro sector terciario, ahora mayoritario, no supone una preeminencia de nuevas industrias de la información y el conocimiento, sino en muchos casos de empleos del sector servicios que requieren de escasa cualificación y que aportan un exiguo valor añadido a nuestra economía con empleos de poca calidad.
En la sociedad de la información las personas creativas adquieren un protagonismo determinante. En esta nueva cultura de la sociedad, de la empresa o del ocio, los individuos con ideas originales y que sean capaces de llevarlas a cabo deben ser cuidados con especial mimo. Las ideas novedosas que se ponen en práctica aportan verdadero valor, se constituyen en lo más cotizado en este modo de organización social en el que estamos inmersos.
Las ideas creativas son las que parten del conocimiento previo para romper los esquemas y constituir nuevas salidas a determinados problemas. Por lo tanto, la creatividad no es sólo cosa de poetas o artistas plásticos, sino que debe ser un valor promovido universalmente. Las ideas originales son ahora el motor de la economía. Nunca antes en la historia de la humanidad la creatividad ha tenido tanto valor ni una buena idea ha tenido una cotización tan alta en el mercado.
El extraordinario papel protagónico de las personas creativas en nuestros días se manifiesta en trabajos de economistas como Richard Florida. Este profesor norteamericano estudia el papel de las personas con ideas e iniciativas innovadoras en el desarrollo económico. ¿Quiénes forman la clase creativa? Para los americanos esa clase creativa tan preciada son los desarrolladores. Es decir, aquellos que usan el conocimiento existente para crear productos y servicios. Por ejemplo, las personas que diseñan videojuegos, programas para la televisión interactiva o aquellos que aprovechan las potencialidades de Internet para distribuir sus productos y servicios de una forma original de tal modo que lleguen mejor al gran público y, por supuesto, todos los que desarrollen ideas innovadoras que pongan en práctica. Además, la clase creativa juega un importante papel en el freno de la llamada deslocalización. Porque las empresas se instalan en las zonas donde existe esa gran riqueza. Es decir, no son las empresas las que llaman a los creativos, sino que es el capital humano, por primera vez en la historia, quien llama a las empresas y éste constituye el gran antídoto contra la deslocalización, tan presente en los debates intelectuales y políticos en los últimos meses. Esos grandes innovadores se instalan en un determinado territorio no sólo buscando altos salarios, sino una gran calidad de vida, un bien inmaterial del que en Asturias hay a raudales y un alto grado de permisividad social.
La clase creativa no se circunscribe sólo a un determinado sector o actividad. Nadie duda de que un ingeniero debe ser creativo, que un escritor reúne todas esas características, al igual que un desarrollador de software o un cocinero de alta cocina que hoy recibe el nombre de cocina creativa. Lo que queremos decir es que sería bueno que fuese creativo el fontanero, el pequeño comerciante, el dueño de un bar, el trabajador del metal o un constructor. En el desarrollo de la sociedad de la información debemos estar todos implicados, su expansión no es sólo competencia de personas que desarrollan programas o redes, sino que es tarea de todos. La creatividad ha de ser un valor universal en nuestra región porque así se convierte en marca, en distintivo y añade verdadero valor a nuestra economía. La marca, el logo ha adquirido un gran protagonismo en nuestros días, convirtiéndose en presencia pública de lo novedoso.
Pero, ¿somos los asturianos menos creativos por naturaleza que los californianos, los finlandeses o los catalanes? Obviamente, no. Nuestra forma de ocio, nuestro patrimonio cultural, nuestro propio sentido del humor, en definitiva, nuestra idiosincrasia como pueblo, son prueba de la presencia de una potencialidad creativa nada desdeñable, pero adormecida, que debemos hacer aflorar.
Si es necesario que este valor esté presente en todos es imprescindible un gran cambio estructural en nuestro sistema educativo desde los primeros años, pasando por el Bachillerato, adquiriendo un enfoque especializado en una Formación Profesional y universitaria de calidad, hasta extenderse a una formación continuada para toda la vida. Ello requiere de un gran compromiso de todos los actores sociales, Gobiernos , empresarios, sindicatos, Universidad y el resto de nuestra sociedad civil. Pero la «escuela de la creatividad» debe ser un complemento de la promoción de los conocimientos generales y especializados, porque sólo es posible ser creativo a partir de un conocimiento profundo. Es decir, es necesario un saber amplio de lo que ya existe para proponer nuevas alternativas, pero, a la vez, es imprescindible activar los resortes mentales que permitan cambiar el talante conservador para disfrutar del placer de crear.